jueves, 12 de septiembre de 2013

La semilla del mal

El portazo sonó seco y corto a pesar de lo grande y vacío que era aquel rellano. Carlos, el que acababa de pegar el portazo, más conocido en Barcelona como el marqués de la Puerta, llevaba toda la vida escenificando un papel que cada vez se le daba mejor, y como siempre hacía cada viernes por la tarde, se fue al puerto después de salir de aquel edificio antiguo y señorial y de haber engañado al abogado de su futura ex-mujer.

Carlitos provenía de una peculiar familia que vivía cerca del puerto, porque su madre se alimentaba de la esperanza depositada en un marinero que la había dejado embarazada un par de veces, y también porque el médico le había prescrito a su hermano pequeño que respirara aire del mar, ya que sufría de un extraño asma que empeoraba con el aire seco y que le provocaba desmayos súbitos. Esta enfermedad les reportaba algo de dinero gracias a una bolsa de caridad que tenían unas monjas para ayudar a niños con enfermedades raras. Cada viernes se iban los tres a los amarres, a esperar contra toda esperanza al marinero que traería dinero y un poco de sentido a sus vidas, y allí se llevaban sus deberes y las ganas de jugar con otros niños. El aburrimiento llevaba a los dos hermanos a jugar a identificar las banderas de los barcos que entraban en el puerto, y casi siempre ganaba Carlos, que ya había estudiado las banderas en el colegio. En una ocasión, vieron que se acercaba un barco gigantesco con aspecto de elefante, como no habían visto nunca, y decidieron que el que adivinara el país de origen en primer lugar sería el vencedor de todas las veces que habían jugado hasta entonces. Con ese pacto que habían hecho, la tensión se volvió muy intensa y mucho más que hubo de ponerse. Ambos se esforzaban por ver con la mayor claridad posible la bandera que ondeaba en la popa, pero estaba roída y parecía un poco descolorida, como si hubiera sido roja en otro momento de mayor gloria. Carlos pensó entonces que podría ser la bandera de China, pero no dijo nada por miedo a equivocarse. El barco ya estaba atracado, cerca de donde estaban, y Carlos, por más que pensaba, no lograba identificar la bandera. En ese momento, el hermano pequeño se alzó con aires de triunfo y gritó ¡Túnez!, y mientras respiraba profundo como un atleta al final de una carrera ganada, las compuertas del barco se abrieron expulsando una cantidad ingente de aire seco del desierto tunecino, que penetró hasta lo más profundo del hermanito de Carlos. Como era lógico en esa circunstancia, tuvo un desmayo súbito y cayó como una piedra al mar desde el muelle.

Mientras caminaba acelerado  hacia el puerto después de mostrar al abogado un contrato falso prematrimonial, Carlos no paraba de darle vueltas a ese momento en el que su hermano despertó de una muerte casi segura en el muelle del puerto, porque ese había sido el principio de una vida repleta de engaños. Cuando el pequeño abrió los ojos, le dijo susurrando a su hermano "creo que he tragado tanta agua de mar, que ya no siento los efectos de mi asma". Y Carlos se espantó tanto al pensar que les quitarían la pequeña paga por enfermedad, que le dijo que nunca volviera a decir eso delante de nadie, es más, que simulara que iba a peor. Desde entonces todo fue una escalada de mentiras y prestigio al mismo tiempo, desde entonces empezó a descubrir el gusto por la manipulación y los beneficios a corto plazo que eso le reportaba, desde entonces comenzó una actuación vital hasta el punto de que ya nadie, ni siquiera su hermano, le llamaba Carlitos. Porque Carlitos comenzó a desparecer el día que comenzaron las mentiras o, más bien, el día que se hizo consciente sin darse cuenta de que había nacido para sobrevivir.

Al llegar al puerto con la tranquilidad de que se quedaría con el antiguo piso de la playa de sus suegros y con la mitad del piso del centro de la ciudad, vio el cartel de una película de miedo para adolescentes. Pero a él no le daban miedo los vampiros, ni los demonios, ni la magia negra, porque sabía que había algún marinero joven y guapo que iba sembrando la semilla del mal por los puertos del Mediterráneo, y que él mismo era hijo de ese diablo.

Ya se hacía tarde y tenía que volver al apartamento de soltero, pero mientras se alejaba volvió la cabeza y vio que se acercaba un barco inmenso con una bandera vieja que había sido roja años atrás, y ese día sí que era de China.


No hay comentarios:

Publicar un comentario