domingo, 6 de abril de 2014

La ascensión de Leonila

   
    Al despuntar el alba, siempre un poco más tarde en aquel pueblito mexicano que en el resto del país, y mientras el gallo cantaba su canción de amor insatisfecho, Leonila ya tenía un ojo abierto y la sonrisa inconsciente de quien no se plantea la vida sino que la vive. Pronto se levantó del camastro viejo y recorrió con los pies descalzos el suelo de tierra de su habitación, que coincidía que era su casita. Llegó a tientas a la jofaina y se enjuagó un poco el pelo para hacerse una trenza, cuando acabó puso a hervir el agua para el café, encendió la radio, se puso la camisola estampada de mariposas y volvió a apagar la radio, porque hacía muchos años que había dejado de entender las letras de amor hechas a base de carne por cantantes que se vendían como filósofos de un alma a la que solo se puede entrar por una vagina tersa.  

    A la vera de su casita había pasado de toda la vida la vía del tren, y al atardecer de cada día, siempre un poquito después que en el resto del país, pasaba el tren de las moscas. Muchos años atrás lo veía pasar todos los días mientras se tomaba el último café del día y se preguntaba por qué había mujeres que se la jugaban alargando comida al tren en marcha desde tierra firme. Tierra firme. En uno de esos atardeceres, mientras escuchaba música en la radio, salió de su habitación, de su hogar, de su trocito de tierra, y preguntó a una de esas mujeres que lanzaban comida por qué lo hacían. Y la respuesta la desconcertó, porque esa mujer a la que preguntó al azar le dijo que Cristo iba en ese tren. Al día siguiente ella misma, movida por la curiosidad de ver a Cristo convertido en mosca, en un inmigrante ilegal que iba subido en el techo de un tren para llegar a la frontera del norte, estaba alargando bolsas de comida y botellas de agua al tren desde una tierra que empezaba a entender como firme más allá del trocito de tierra que había sido su hogar.

    Cuando Leonila se terminó el café de la mañana después de haber escuchado el lamento del artista convertido en gallo y el canto del gallo convertido en artista, como cada mañana, se fue a preparar bolsas de comida con la angustia de que no llegaría para todos, para alargarlas en el ocaso a las moscas convertidas en Cristo. Al atardecer volvió a pasar el tren, y Leonila, alargando el brazo con la bolsa de comida, fue agarrada por la muñeca desde el tren y se la llevaron, y con ella la angustia de que no alcanzaría la comida para todos. Y las demás mujeres, con la sutileza de las que saben que nunca serán protagonistas de una canción de las que llaman de amor, intuyeron cuál sería el destino de todas ellas. Por eso, en aquel pueblo de México ya no se cavan tumbas para mujeres, porque todas son arrebatadas por las moscas a una nueva frontera de vida y esperanza que no es la del norte.

    Dedicado a "Las Patronas" e inspirado en el cortometraje El Tren de las Moscas

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