domingo, 29 de diciembre de 2013

Turutú

Los niños de la única aldea conocida para ellos, de la única etnia que habían visto nunca, de la única selva que habían explorado, jugaban felices a la orilla del río sin nombre porque no se planteaban que pudiera haber otro distinto y que hiciera falta nombrarlo para diferenciarlo.En ese mundo único desde la perspectiva de aquel grupo solo las personas tenían un nombre diferenciador, ya que no hacía falta distinguir nada más.

Turutú era hijo de Turutuk y nieto de Turutum, el anciano del grupo. Su madre se llamaba Yamaká y tenía fama de estar un poco ida, quizás por eso hubo a muchos que no les extrañó lo que pasó. Turutú jugaba cada día en los lugares conocidos y hacía lo que hacían los demás hasta que empezó a hacer cosas raras. A los amigos les hacía gracia, pero cuando el abuelo Turutum se enteró de que el nieto se dedicaba a poner nombre a las cosas empezó a preocuparse. Aquello amenazaba la tranquilidad y la paz del grupo, era como poner en cuestión el propio mundo y el inicio de un pensamiento que siglos atrás había traído problemas: ¿existe algo más?

El abuelo no fue el único que empezó a preocuparse, y los padres de algunos niños fueron a hablar con él. Los hijos empezaban a cuestionar que solo hubiera árboles verdes que siempre tuvieran hojas, o que solo hubiera gallinas que pusieran huevos blancos, o que solo hubiera tierra negra. Los hijos imaginaban que quizás hubiera otro mundo más allá de los lugares conocidos donde hubiera vacas que pudieran volar, personas de otros colores y lluvias con olor a fruta. Y a fin de poder imaginar decidieron que las gallinas se llamarían "gallinas ponedoras de huevos", que el plátano se llamaría "plátano amarillo del árbol", que el grupo de personas en el que vivían se llamaría "Tamayay" en honor a los antepasados, y que el cielo se llamaría "cielo azul", porque es necesario poner nombres para distinguir unas cosas de otras posibles o reales.

Esta afrenta inocente de Turutú provocó una reunión para tomar una decisión, y el anciano Turutum tuvo que acudir a la poca jurisprudencia que existía en el grupo y dispuso la misma condena que para aquel loco de siglos atrás. Ya que Turutú, como el loco de antaño, estaba convencido de que había otros mundos más allá, se le condenó a que fuera a explorar, estando todo el grupo convencido de que jamás volvería, pues no había nada más que explorar.

El grupo le preparó una barca como todas las demás y Turutú la llamó "canoa" por si acaso encontraba otro tipo de barcas en otros ríos. Una vez que estuvo todo dispuesto Turutú comenzó a remar y su silueta se desdibujaba poco a poco por la distancia y la humedad, y a poco que desapareció del corto horizonte que ofrecía el río, todo el grupo se sintió aliviado menos los niños, que deseaban irse con él... y el anciano Turutum, que sin que nadie supiera por qué empezó a introducirse en el agua lentamente hasta que esta lo cubrió totalmente. Nadie entendió por qué había hecho aquello porque nadie sabía que siglos atrás él había sido amigo de un niño que le ponía nombres a las cosas y que había sido condenado al destierro por ello.

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