miércoles, 22 de enero de 2014

Inquietudes temporales

El pasajero silencioso que teníamos delante iba disfrazado de deportista. Por debajo de la mesita se veían los zapatos deportivos blancos e impolutos, las mallas brillaban como si nunca las hubiera lavado, y la mochila que dejó en la bandeja superior tenía todavía las arrugas de haber estado hasta ayer en la estantería de la tienda.

El pasajero misterioso tenía la mirada puesta en el horizonte y parecía totalmente abstraído en sí mismo, como si solo importase su situación vital. El rostro estaba endurecido y tenso, y quizás era eso lo que había provocado que tuviera los pómulos marcados y los ojos hundidos. Se notaba por los labios y la cuadratura de su cara que los dientes estaban apretados y la falta de comisuras hacía intuir que se reía poco o que se echaba bótox.

Cuando llegamos a la estación de la montaña se bajó con su vestimenta y equipajes artificiales, y vi por la ventanilla que caminaba por el andén con paso firme y ligero. Me pareció la figura de un yonqui dirigiéndose al barrio donde su camello le daría la dosis necesaria para calmar su ansiedad y creer que así engaña a su tristeza.

Mientras el tren bajaba la montaña camino al mar me consolaba pensando que la vida está al acecho, esperando cualquier despiste. Quién sabe, a lo mejor en el barrio hay alguien que abraza al yonqui y le invita a un café, o en la montaña alguna persona hace reír al pasajero silencioso.

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