domingo, 29 de diciembre de 2013

Turutú

Los niños de la única aldea conocida para ellos, de la única etnia que habían visto nunca, de la única selva que habían explorado, jugaban felices a la orilla del río sin nombre porque no se planteaban que pudiera haber otro distinto y que hiciera falta nombrarlo para diferenciarlo.En ese mundo único desde la perspectiva de aquel grupo solo las personas tenían un nombre diferenciador, ya que no hacía falta distinguir nada más.

Turutú era hijo de Turutuk y nieto de Turutum, el anciano del grupo. Su madre se llamaba Yamaká y tenía fama de estar un poco ida, quizás por eso hubo a muchos que no les extrañó lo que pasó. Turutú jugaba cada día en los lugares conocidos y hacía lo que hacían los demás hasta que empezó a hacer cosas raras. A los amigos les hacía gracia, pero cuando el abuelo Turutum se enteró de que el nieto se dedicaba a poner nombre a las cosas empezó a preocuparse. Aquello amenazaba la tranquilidad y la paz del grupo, era como poner en cuestión el propio mundo y el inicio de un pensamiento que siglos atrás había traído problemas: ¿existe algo más?

El abuelo no fue el único que empezó a preocuparse, y los padres de algunos niños fueron a hablar con él. Los hijos empezaban a cuestionar que solo hubiera árboles verdes que siempre tuvieran hojas, o que solo hubiera gallinas que pusieran huevos blancos, o que solo hubiera tierra negra. Los hijos imaginaban que quizás hubiera otro mundo más allá de los lugares conocidos donde hubiera vacas que pudieran volar, personas de otros colores y lluvias con olor a fruta. Y a fin de poder imaginar decidieron que las gallinas se llamarían "gallinas ponedoras de huevos", que el plátano se llamaría "plátano amarillo del árbol", que el grupo de personas en el que vivían se llamaría "Tamayay" en honor a los antepasados, y que el cielo se llamaría "cielo azul", porque es necesario poner nombres para distinguir unas cosas de otras posibles o reales.

Esta afrenta inocente de Turutú provocó una reunión para tomar una decisión, y el anciano Turutum tuvo que acudir a la poca jurisprudencia que existía en el grupo y dispuso la misma condena que para aquel loco de siglos atrás. Ya que Turutú, como el loco de antaño, estaba convencido de que había otros mundos más allá, se le condenó a que fuera a explorar, estando todo el grupo convencido de que jamás volvería, pues no había nada más que explorar.

El grupo le preparó una barca como todas las demás y Turutú la llamó "canoa" por si acaso encontraba otro tipo de barcas en otros ríos. Una vez que estuvo todo dispuesto Turutú comenzó a remar y su silueta se desdibujaba poco a poco por la distancia y la humedad, y a poco que desapareció del corto horizonte que ofrecía el río, todo el grupo se sintió aliviado menos los niños, que deseaban irse con él... y el anciano Turutum, que sin que nadie supiera por qué empezó a introducirse en el agua lentamente hasta que esta lo cubrió totalmente. Nadie entendió por qué había hecho aquello porque nadie sabía que siglos atrás él había sido amigo de un niño que le ponía nombres a las cosas y que había sido condenado al destierro por ello.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Creo

¿Qué une a un malagueño y a un checo? Pueden ser muchas las circunstancias que provoquen un encuentro entre Antonio y Stanislav. Así, podemos pensar en un estudiante con una beca Erasmus, también en unas vacaciones en la Costa del Sol de un joven centroeuropeo, quizás en un intercambio o en unas prácticas de empresa. La casualidad y la casuística pueden multiplicarse dependiendo de nuestra imaginación, pero si acudimos a la realidad de un paseo fortuito por Málaga hallaremos la respuesta correcta.

Una tarde navideña en la que tuve que dar un paseo inesperado por la calle Larios, en un ambiente festivo y familiar y con una temperatura que alegraba el cuerpo, a mi vista y mis sentidos hubo Alguien que llamó la atención porque desentonaba y con no poco esfuerzo me paré a hablar con Él. Era nuestro amigo Stanislav, que lejos de estar de vacaciones, estudiando o de prácticas con su empresa, esperaba una limosna. Y más adelante estaba Antonio, iluminado por un portal de Belén hecho con luces LED, el cual gruñía por una moneda con claros síntomas de borrachera y que presumía de haber hecho la primera comunión en la mismísima catedral. Ambos tenían rostro, manos y boca, entre otras cosas que todos los seres humanos compartimos.

Y Creo. Por eso creo que el cielo nos envuelve a todos y que son las mismas estrellas las que velan por la humanidad entera. Por eso creo que no hay ninguna vida que no merezca la pena ser mirada. Por eso creo que las luces de Navidad están puestas porque nos hace falta ver con mayor claridad que hay personas que también están ahí, porque a las estrellas del cielo les hacen falta manos que pongan luces por las calles.

Es el cuerpo y la sangre que fluye por nuestras venas, y también el cielo, lo que une a un malagueño y a un checo. Y creo que son las cosas que nos unen también a todos nosotros.

lunes, 2 de diciembre de 2013

El árbol de la vida (o una bonita historia vocacional)

Me había criado jugando a la pelota en la plaza, bajo el árbol enclenque que no cubría de la lluvia en invierno y no daba sombra en verano. Y conmigo siempre estaba Andrés.

Siempre hay alguien a tu lado que sin decirte nada te acompaña, alguien que te ayuda sin que te des cuenta en su momento a mirar la vida, la muerte y el amor de frente. Hay muchas personas que duran un rato y después desaparecen, quizás te hayan dejado un buen sabor de boca y un recuerdo agradable. Pero hay muy pocas personas que van a estar siempre ahí, su compañía nunca se acaba porque no está basada en un interés pasajero, y cuando no están cerca su recuerdo lo empapa todo y una gota de sudor te cae por la frente haciéndote creer que te está tocando, o una brisa de aire choca contra tu nuca y el leve sonido hace que creas que te está musitando algo, o la sombra de un pájaro que echa a volar desde la rama del árbol bajo el que te criaste te hace sentir que va a aparecer en ese momento. Andrés era de este tipo de personas.

Andrés era callado y siempre le poníamos de defensa, porque era bastante malo y se abstraía en sus pensamientos mientras la pelota le pasaba por el lado. Era incapaz de correr detrás de nadie, incapaz de hacer alguna entrada, incapaz de hacer un pase que acabara en un miembro de su equipo, era realmente malo y no demostraba ningún tipo de interés por mejorar. Pero sabía todos nuestros secretos, quizás por eso le dejábamos jugar, porque sentíamos con él un algo muy conocido por el ser humano que está entre el miedo y la admiración, entre el rechazo y la envidia, algo que te remite a una dimensión deseada pero no buscada.

En uno de esos días en los que el cielo tiene un azul intenso y luminoso y no te deja ver bien porque has pasado toda la noche en vela, íbamos Andrés y yo caminando por una de las calles más comerciales y transitadas de la ciudad. El tráfico provocaba un ruido ensordecedor, la gente tenía que gritar para escucharse, todos iban corriendo y la cantidad de mensajes publicitarios que había por todas partes no te permitía pensar en otra cosa que no fuera comprar. Y de repente, como hacía muchas veces, Andrés se paró en seco, pero esta vez me agarró del brazo con agresividad. Y yo también me paré en seco. Y sentí ganas de llorar. Y dejé de oír el grito de la llamada a ser uno más. Y dejé de estimularme por la ropa, la gente guapa, los colores de moda, las prisas, el móvil. Y entonces oí el verdadero ruido de la vida. Escuché el llanto de un niño pequeño que veía a sus padres discutir, escuché el corazón de una joven desengañada, escuché que la señora que pide en la puerta de la iglesia habla rumano, escuché la rabia contenida de una señora muy bien vestida, escuché la sonrisa de un joven universitario que acababa de aprobar una asignatura, escuché el llanto de alegría de una dependienta que por fin era tía. Y envolviéndolo todo se escuchaba el latido de un corazón eterno que marcaba el ritmo de la vida. Escuché las voces ocultas de lo que verdaderamente soy y sentí la fibra de eternidad que recorre el cuerpo desde el dedo gordo del pie hasta el último pelo de la cabeza. Y me sentí perdido.

Andrés me soltó del brazo y los martillos de las obras se volvieron a apoderar de mí, volvieron a golpear mi cabeza provocándome un dolor intenso, construyendo de nuevo la ilusión de que todo está controlado por mí y mis semejantes. Siempre había pensado que Andrés estaba enfermo y que padecía de algún síntoma extraño de tipo psicológico, y era verdad que estaba enfermo, enfermo de realidad. Si esos arrebatos los había tenido desde pequeño vi normal que no jugara bien al fútbol, y vi normal que todos le hubiéramos contado en algún momento un secreto. Y no entendía cómo podía seguir vivo en un mundo de muertos.

Por eso no me extrañó cuando una mañana nublada de verano salí a correr, y vi un tumulto de personas alrededor del árbol bajo el que me había criado. Miraban a Andrés, que se había quedado abrazado al árbol y no había quien le pudiera soltar de su abrazo eterno. Los días pasaron y seguía abrazado al árbol, mimetizándose con su corteza hasta que unos diez meses después de que se lo encontraran abrazado ya apenas se le distinguía. El arbolito débil empezó a convertirse en un árbol robusto que cubría y protegía a toda la plaza en la que nos habíamos criado, y ese lugar dejó de ser sólo para los que jugábamos al fútbol, y empezaron a llegar personas de toda la ciudad que necesitaban encontrarse con la realidad, con la verdad de lo que ellos eran realmente. Y se veía a Rosa imbuida en la música de Rozalén, y a Marta y Andrés agarrados de la mano y mirándose, y a Pura ensuciándose sus zapatos nuevos entre las raíces que empezaban a levantar el asfalto, y a una monja intentando perdonar a una hermana de comunidad. Esa plaza se convirtió en el reflejo más fiel de lo que era la ciudad, pero no se incluía en la propaganda de turismo.

A la vejez me doy cuenta de que hay muchos árboles enclenques en todas las ciudades y pueblos esperando un abrazo que les devuelva el vigor para que los seres humanos podamos reencontrarnos con lo que somos. Quizás a muchos nos hayan entrado ganas de quedarnos abrazados a un árbol alguna vez, pero eso sólo es posible para los que están enfermos de realidad y oyen el latido del corazón de Dios.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Caperucita Roja (+18)

Rosa se despidió de su abuela con un beso antes de irse al turno de noche de la fábrica de ropa en la que trabajaba. O eso era lo que su abuela pensaba.

Desde muy pequeña, Rosa había vivido con su abuela, ya que su padre las abandonó a ella y a su madre, y al poco la mamá enfermó de locura e ingresó en un centro para los que sufren a causa del desamor. Como siempre la abuela estaba allí para afrontar una situación que se sumaba al largo historial de desamores que había en la familia, ya que ella misma se quedó viuda a los pocos meses de la boda y embarazada, y era hija de una joven barcelonesa y un marinero tirano que plantaba su semilla por los puertos del Mediterráneo prometiendo a todas amor eterno. A la abuela le gustaba pensar que su nieta Rosa no había heredado el mal del desamor, y Rosa no quería defraudarla haciéndole saber que era prostituta. Fue su madre, la loca, la que le dijo que tenía que hacerse cargo de la abuela, y la que le daba consejos para que no le sucediera nada malo con ningún cliente.

Cada noche al salir de casa, Rosa mudaba su piel de empleada textil por su piel. Se ponía las botas de plástico negro que le llegaban por encima de las rodillas, las medias de rejilla, el pantaloncito de color rosa chicle y la camiseta ajustada roja que le dejaba la barriga al descubierto. No tenía más remedio si quería seguir pagando el alquiler y los cuidados que necesitaba la vieja valiente. Cada noche se iba por la calles donde había más alumbrado de los polígonos y nunca perdía de vista al chulo.

Pero una noche se entretuvo en un callejón al que había ido a orinar y se encontró con un vecino del bloque que la reconoció a pesar de tanta piel y tanta oscuridad. Ella quiso hacerse la despistada pero no hubo escapatoria, y el lobo se aprovechó de su debilidad. Le pidió desfavores sexuales gratuitos para no contarle a su abuela que había heredado el gen del desamor, y ella se negó rotundamente porque sabía que el sexo gratuito está reservado para los que se enamoran.

A la mañana siguiente Rosa se metió en la cama exhausta y oyó que el timbre de la puerta sonaba, pero tenía tanto sueño que se quedó dormida. Y cuando se levantó y salió de la habitación para tomarse un café reponedor, se encontró de bruces con su abuela tendida en el suelo y la puerta del piso abierta. No le dio tiempo a ponerse a llorar cuando se acordó de su vecino, y entendió que su abuela había muerto de la pena.

En este cuento no hay un cazador que llena el estómago del lobo de piedras porque en este cuento el lobo ya tiene las entrañas petrificadas, pero sí que hay un chulo que se enteró de lo sucedido; por eso, cuando lo tiró al río, el lobo se hundió. Al volver a casa rayando el alba, Rosa pasó por el puente y oyó unos aullidos que salían de las aguas y supo quién era el que aullaba desde el fango, y es que las entrañas de piedra no se ahogan ni mueren hasta que se hagan de carne. Esa mañana no pudo dormir y se puso a escuchar Rozalén, pensando que si algún día pudiera vivir sus canciones, sería como entrar en el cielo.

(Una de las cosas que Santa Teresa dice del infierno es que es un lugar estrecho, como una concavidad al final de un pasillo oscuro. Y anoche, pasando por la circunvalación de Granada vi decenas de mujeres vendiéndose por las calles de los polígonos adyacentes, y el coche se me hizo pequeño, asfixiante, y sentí que el cinturón me ahogaba, que el volante me apretaba las nalgas y que las ventanas me aplastaban los cachetes. Fue como pasar por el infierno. Pero me resisto a pensar que el dolor o la desesperación tienen la última palabra, y creo que algún día serán esas prostitutas las que me agarren del brazo y tiren de mí para sacarme del coche. Quizás ya lo estén haciendo)

domingo, 24 de noviembre de 2013

Condones para Bill Gates


La filantropía es un acto que sólo pueden llevar a cabo aquellos que tienen poder adquisitivo para hacerlo; es un gesto generoso que, sin embargo, no todo el mundo comprende. Y de eso sabe mucho el señor Bill Gates, el cual acaba de recibir un aluvión de críticas por una donación que ha hecho a una Universidad inglesa para que desarrolle unos preservativos de grafeno, gracias a los cuales se tendrá un placer muy realista en el acto sexual, lo cual provocaría que dieran ganas de utilizarlo. Así visto suena frívolo, pero lo que se busca con este nuevo desarrollo es atajar la pobreza.

Pues bien, lejos de criticar a nuestro amigo Bill voy a romper una lanza en su favor porque creo que se le ha malinterpretado. La gente malpensada cree que lo que se busca es que los pobres utilicen los condones para que cada vez haya menos pobres, pero el presidente de Microsoft sabe mejor que nadie que hacen falta pobres que trabajen para sacar coltán de las minas africanas y poder fabricar ordenadores, y sabe que hacen falta manos explotadas para extraer petróleo que trasladen nuestros productos de un lado para otro, y niños huérfanos que trabajen para poder tener diamantes que ayuden a que nuestros móviles sean más resistentes (dentro de los parámetros de la obsolescencia programada), y pueblos sin cultura que permitan dictadores que dejen saquear sus países a cambio de un soborno, y guerrillas armadas por gobiernos espías que subvencionan a empresas que dejan los datos de sus clientes. No, Bill Gates no es tan tonto como para pensar que la pobreza se va a acabar exterminando a los pobres, porque nuestro sistema, su sistema, se hundiría y ¡tendríamos que reinventar a los pobres!

Creo que cuando Bill dice que los preservativos de grafeno van a cooperar en la erradicación de la pobreza, se está refiriendo a que esos condones los utilicen los ricos, la gente que, como él y como yo, consumimos los productos que provocan la pobreza. Esto sería realmente un avance en materia de pobreza porque para que se acabe con el tercer mundo hay que acabar con el primero.

Un ¡viva! por Bill Gates y su humildad para reconocer que la verdadera causa de la pobreza en el mundo es nuestro consumismo desaforado. Espero, señor Gates, que utilice sus condones de grafeno, y mucho. Mientras tanto sigamos utilizando nuestros ordenadores y móviles, sigamos comprando ropa de marca y tranquilizando nuestras conciencias con limosnas, porque los ricos estamos por desaparecer, y con nosotros la pobreza.





jueves, 14 de noviembre de 2013

tú y yo

Yo cree que siempre hay un tú que revela lo que es yo. Tú eres otra parte de yo que me hace ser yo. Nunca yo será yo sin tú. Yo es más de lo que puede pensarse y sólo lo podrá descubrir en un tú que le plenifica. Por eso, tú, yo te está agradecido y te pide que nunca dejes de ser tú, porque sólo así podrá ser yo. 

A veces yo quiere que tú sea yo, sólo yo, y eso mata al tú, que debe ser libre para poder seguir haciendo a yo lo que verdaderamente es. Eso pasa cuando yo es esclavo de tú y cree que puede saltar sin caerse el abismo de la alteridad. Tú, ayúdame a ser yo.


martes, 12 de noviembre de 2013

Adoleciendo

Todavía estaba sufriendo los últimos coletazos de la adolescencia cuando conseguí mi primer trabajo como periodista. Aquel primer trabajo se presentaba como algo apasionante que me permitiría contar al mundo lo que realmente ocurría a nuestro alrededor. En el primer y flamante día, en el primer e interesante trabajo, lo primero que me encargaron fue cubrir un concierto de un grupo de música para adolescentes. Aquel primer encargo fue el gran primer fiasco, ignorando que la candidez de mis retazos de adolescente me permitirían empaparme de todo lo nuevo a lo que solo un jovenzano puede adaptarse. Ya no recuerdo qué impresión me causó su música, ni recuerdo la crítica que hice esa noche al acabar el espectáculo.  Lo que sí recuerdo es que las espectadoras adolescentes, mientras gritaban con el entusiasmo superficial propio de su edad, no miraron a sus ídolos directamente en todo el concierto porque justo cuando aquellos muchachos salieron al escenario los brazos de las chiquillas se estiraron, y contemplaban todo lo que ocurría a través de las pantallas de sus móviles. Me extrañó mucho porque hubiera sido más cómodo haber visto el concierto en la televisión de sus casas.

Pero ese comportamiento extraño y absurdo era solo el comienzo de una nueva era, de una nueva etapa en la vida de la humanidad y yo no podía darme cuenta en ese momento porque creía que ya era mayor como para que me afectaran las novedades. Después del concierto observé con extrañeza y curiosidad que los brazos de las jóvenes seguían erguidos y que contemplaban todo lo que ocurría a su alrededor a través de la pantalla del móvil. Y no solo eso sino que incluso se hablaban a través del móvil, como si la amiga que estaba su lado estuviera en Australia. Desde que los adolescentes pudieron grabar sus conciertos en directo, ver a la gente con el brazo erguido mientras sujetaban su teléfono y miraban a través de las pantallas, se fue haciendo cada vez más normal y yo mismo, asistente por accidente a un concierto para jóvenes, comencé a erguir el brazo móvil en mano. Y también se fue haciendo normal que todo el mundo se colocara los auriculares, así que yo también empecé a hacerlo. Era maravilloso, mi estado de ánimo empezó a mejorar porque ahora veía el mundo desde una pantalla que me permitía controlar lo que sucedía. Podía dar marcha atrás y recordar exactamente un momento divertido, podía poner música a un día gris y hacer que pareciera un musical de Broadway, podía distraerme en el metro sin necesidad de andar cargado con un libro, podía eliminar las escenas que me incomodaban y podía hablar con la persona que deseara en cada momento, incluso con mi compañero de piso. También me fui haciendo más solidario y altruista, y envié tres euros de ayuda a Filipinas apenas unos minutos después de enterarme de la tragedia a través de la cuenta bancaria online, .

La vida empezaba a presentarse de otra manera, ya no calculaba mi felicidad sino que me dejaba arrastrar por los placeres de una vida a mi antojo. Pero la felicidad también tiene sus límites, y en este caso dependía de la batería del móvil. Efectivamente, en un día de descuido la batería se agotó mientras caminaba por la calle. En aquel instante me sentí descolocado, como cuando vivía enfrentado directamente a la realidad, y cuando bajé el brazo con mucho esfuerzo y me quité los auriculares, vi a mi alrededor a una masa de personas con el brazo erguido disfrutando de la realidad a su medida mientras que yo andaba confundido, como un ser humano en medio de una manada de zombis que no saben a dónde van. Busqué corriendo alguna tienda con la mirada, pues no podía utilizar google, y vi que a algunos metros había una tienda de informática. Entré con vergüenza, y el chico que atendía se sorprendió de que alguien le pidiera una batería de móvil con la voz, sin emoticonos ni imágenes del producto que quería. Sentía que me grababa con su móvil y me pidió permiso para subir a youtube aquella escena, la de un hombre que pide algo a cara descubierta. Le di permiso porque sabía que después compartiría ese vídeo en mi cuenta y subiría mi número de seguidores en twitter. El tiempo pasaba lentamente porque no había música que acompañara mi sentimiento de desesperación, y ni siquiera podía cambiar mi estado en facebook. La angustia solo terminó cuando pude volver a poner la batería al móvil y erguí el brazo. Sentí que me adormecía y que ya podía volver a ser normal. Ahora puedo compartir esta experiencia con vosotros, algo que hubiera sido imposible sin un móvil y sin internet.

Por cierto, por más que hago memoria no me acuerdo del nombre de ese grupo de música al que me mandaron el primer día de trabajo como periodista, quizás porque hay cosas que no dejan huella, cosas que son lo que son y sirven para un momento, como la adolescencia.

Enviado desde mi móvil hace 1 hora.

Cómo dolerme de cada una de las vidas que una tragedia ha sesgado. Cómo dolerme con las personas que han perdido a sus familiares. Cómo dolerme cuando tengo tanto con lo que distraerme.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Palabras pasajeras

Las palabras son como las gotas de lluvia, que caen y empapan la tierra, las personas, los coches, las carreteras y las aceras. Y como la lluvia, las palabras pueden ser ácidas y dañar todo lo que mojan. Sólo el que reconoce sus limitaciones sabe empapar de buenas palabras el pequeño mundo en el que vive, y también sabe que ese mundo pequeñito algún día rebosará e inundará de agua buena más allá. Sólo el que sabe que muere sabe pronunciar palabras de vida, comprensión y perdón, palabras que trascienden los pequeños límites de nuestra capacidad.

"Morimos todos contentos sin que nadie sienta desmayo ni pesares: morimos todos rogando a Dios que la sangre que caiga de nuestras heridas no sea sangre vengadora, sino sangre que entrando roja y viva por tus venas, estimule tu desarrollo y expansión por todo el mundo". (Carta de despedida a la Congregación escrita por Faustino Pérez CMF).

martes, 22 de octubre de 2013

El libro de Manu

En casa de Pura se oía con mucha frecuencia que siempre ha habido clases. Esta expresión le llamaba mucho la atención porque no entendía bien qué significaba eso de las clases. Para ella era obvio que tenía que haber varias clases a no ser que en los colegios quisieran tener a todos los niños en un mismo lugar. Era una de esas cosas de los adultos que no entendía y no quería entender para no llevarse una arenga de su estricto padre hablándole del valor de la prudencia y la discreción. Una vez le pasó que no entendía bien qué significaba eso que decía su madre de que "quien mal casa, tarde enviuda", pero como le sonaba a casamiento, se lo dijo a su tía la rebelde, la que se casó embarazada, el día de su boda en la acción de gracias. Es por eso que sabía que, en cuestión de refranes, mejor callar y no preguntar.

Ese día era sábado y como tantos otros sábados, Pura se apresuró a ponerse guapa para ir al centro con su madre. Salieron de casa e hicieron la misma rutina que todos los fines de semana; se fueron a las mismas tiendas a las que iban siempre, en unas se vendían zapatos de tacón de aguja, en otras se vendían perfumes con nombres franceses que olían a sándalo y azahar, en otras compraban braguitas de algodón egipcio y bufandas de de lana de cashmere. Y siempre acaban tomándose un café y un helado en una de esas cafeterías decoradas con maderas barnizadas y pasamanos de bronce, sentadas en una mesita de mármol con pie de hierro fundido de las que daban a la plaza de las palomas. El sábado era siempre el mismo, siempre rutinario, pero Pura se sentía cómoda yendo a los sitios a los que la llevaba su madre. No podía imaginarse entrando en una de esas tiendas en las que se vendían medias de colores estridentes, ni tomándose un helado en un bar que pareciera una peña de fútbol. El gurú posmoderno con el que se había casado su tía la rebelde siempre decía que todos estamos marcados por un destino del que es muy difícil salir, que estamos encasillados en nuestro orden social y regidos por las leyes de un tal Manu, que tenía un nombre bastante español para ser indio, queramos o no queramos. Era difícil entender a ese tío político tan raro, pero intuía que lo que decía tenía que ver con los sábados.

En uno de esos sábados rutinarios y placenteros en los que Pura y su madre reafirmaban su condición social, salieron de una chocolatería después de haber comprado bombones amargos de chocolate belga, y Pura se percató de la mendiga que había en la puerta. Le preguntó a su madre que por qué estaba esa mujer ahí, y mientras su madre sacaba una moneda del bolso para que la niña se la diera a la pobre, le dijo: "Siempre ha habido clases". Pura se sonrió con satisfacción porque había entendido el dichoso refrán y a su tío hierbatero. Y una extraña sensación de triunfo y se apoderó de ella porque, de alguna manera, había tomado el control sobre la realidad que la esclavizaba.

miércoles, 2 de octubre de 2013

El valor de un café

Marta salía de la clase con los nervios típicos de un examen que había salido mal. Iba con los bolígrafos en una mano, el jersey colgando de un brazo, la carpeta bajo el otro brazo y la mochila colgando de un hombro, mientras intentaba encender el móvil. Al cerrar la puerta de la clase y dejar atrás al profesor más antipático de la facultad de Derecho, se percató con pavor que se había olvidado el carnet de la Universidad encima del pupitre. Si hubiera sido un lápiz lo hubiera dejado, incluso si hubiera sido el jersey, pero no el carnet, indispensable para sacar el coche del aparcamiento. En ese momento, a punto de llorar, un alumno estirado de los que estudian dos carreras al mismo tiempo y que esperaba a que un amigo saliera del examen para tomar una cerveza, se le acercó para preguntarle si quedaba mucho tiempo para que acabara la prueba. A Marta se le soltó la lengua, y de una manera un tanto descarada le preguntó si no le importaba entrar en la clase para cogerle el carnet que se había dejado. Joaquín, amante de la corrección y las buenas costumbres, declinó la oferta, pero a cambio la invitaría a tomarse un café mientras esperaban a que acabase el examen para poder entrar en el aula y recoger el dichoso carnet.

Aquel horrible café de la Universidad, famoso en Sevilla por su sabor agrio y su textura aguada, se alargó durante varios años. La gente pasaba en la cafetería, algunos se sentaban y estaban largo rato, pero nadie se quedaba, y a Marta y Joaquín les daba igual que llegara la noche y las luces se apagaran. Ellos seguían allí disfrutando de la compañía mutua y sin esperar a que nadie les despertara del sueño. Un buen día de otoño, después de varias generaciones, ambos volvieron a sus casas con la firme determinación de decirle a sus respectivos padres que se casaban. Después de la bronca que se llevaron por haber estado tantos años sin aparecer por casa con la única excusa de que el café se alargó, recibieron la bendición para casarse. La boda fue por todo lo alto, pero si la celebración se recuerda por algo en el sur de España es porque sirvieron el mejor café que jamás se había probado por esas tierras. Ese detalle del café era el que más preocupaba a los novios, cansados de tomar ese sucedáneo horrendo de la Universidad.

La vida de casados transcurría con la normalidad propia de unos jóvenes entusiastas, pero también con la ignorancia propia de unos jóvenes que creen sólo en sus propias capacidades. Querían que todo estuviera bien, que todo fuera perfecto. Y así la convivencia y las ilusiones se fueron desgastando. Un día, Joaquín perdió hasta la ilusión por tomar un buen café, y compró el más barato que había en el supermercado. A la mañana siguiente abrió el paquete de café barato y puso la cafetera mientras Marta terminaba de ducharse, y cuando comenzaron a desayunar con aquel brebaje, algo se iluminó en sus ojos, y sintieron que el tiempo se paraba como en aquella mañana universitaria. Sus mentes se abrieron y comprendieron que no son los acontecimientos medidos y encorsetados los que alimentan el amor, sino que es el amor mismo el que endulza hasta el café más amargo.

Desde aquel día dejaron de preocuparse por el café, y por el color de la pared y por las cortinas pasadas de moda. Y empezaron a preocuparse por vivir.


lunes, 23 de septiembre de 2013

Alguna vez en el Postulantado

En un día de transición entre el verano y el otoño, en una tarde de sol suave y aire limpio que hacía presagiar una noche fría, el Maestro de Novicios entregó el primer cuestionario bimensual del año de Noviciado. Tomás lo recibió con curiosidad y un poco de miedo, y enseguida que el Maestro acabó de dar las instrucciones pertinentes, salió corriendo para la habitación a comenzarlo. Mientras subía por las escaleras y estaba pendiente de no tropezarse con la sotana, leyó la primera pregunta: ¿Se ha burlado o ha murmurado usted de algún miembro de la comunidad?

Lo primero que hizo al entrar en la habitación fue poner la radio que clandestinamente tenía y que todos toleraban, porque gracias a esa pequeña mentira todos podían saber algo de lo que pasaba fuera. La situación estaba muy tensa desde hacía tiempo en la sociedad, nadie se ponía de acuerdo y dentro del Parlamento se habían hecho trincheras, construidas sobre los intereses políticos de algunos y sobre la conciencia sencilla e ingenua de muchos. Las noticias de la tarde comenzaron con el sorprendente anuncio de que habían metido a los leones que custodiaban las puertas de la Cámara para que pelearan entre ellos en la zona central del hemiciclo. Los secretario  se convirtieron en domadores improvisados, que hacían lo que podían para poder tomar notas de los insultos de sus señorías al mismo tiempo que intentaban no ser devorados por las fieras. A Tomás se le vino a la cabeza la imagen de un circo romano, sin saber todavía que él iba a ser una de las víctimas sobre la arena.

Aturdido por la complejidad del asunto y con la ansiedad propia del que sabe que la situación le supera, apagó la radio e intentó concentrarse en la primera pregunta del cuestionario, del que se había distraído. Después de pensar un rato, escribió: "Alguna vez en el postulantado".

lunes, 16 de septiembre de 2013

Frente al espejo

Mientras la corte daba un paseo por los bosques del castillo, el rey se paró, agarró con la mano izquierda la empuñadura de la espada, puso la mano derecha sobre su pecho, estiró el cuello y alzó la mirada al cielo. Acaba de adoptar, por disposición divina, la postura que indicaba que comenzaba a orar. Y toda la corte a su alrededor comenzó a adoptar, por disposición real, posturas retorcidas y caras compungidas. Esta escena se repetía cada tarde y formaba parte de la larga lista de situaciones artificiales que se creaban en el pequeño mundo de la corte de un inmenso reino.

El orden que imperaba por todas partes y el protocolo estricto que medía cada segundo en aquel castillo era, a los ojos del mundo, inamovible. Pero cada noche, cuando cada uno estaba en su alcoba como ovejas sin pastor, el rey se desnudaba y contemplaba su cuerpo frente al espejo. Ya se notaba el envejecimiento en los tobillos hinchados y el paso de los años en la flacidez de la barriga y entonces, el peso de la realidad le tranquilizaba. Era su momento, el de su vida sin artificios, y oraba en silencio: "Necesito fuerza para acabar con este teatro". No le hizo falta porque cada noche, cuando cada uno estaba en su habitación libre de la vigilancia de los guardianes del orden, los cortesanos se desnudaban y observaban en el espejo lo que de verdad había en sus vidas, y se decían de maneras distintas: "Hay que acabar con este teatro". Así comenzó la revolución en aquel reino, que acabaría con lo que parecía inmutable y daría rienda suelta a la libertad que cada uno soñaba.

De alguna manera, la verdad de lo que somos nos une, porque todos tenemos el deseo de superar aquello que nos oprime para vivir una vida común que empieza y acaba para todos por igual. Esta es la utopía, que se construye cada noche allí donde acaba el peso de la historia y comienzan los sueños.

jueves, 12 de septiembre de 2013

La semilla del mal

El portazo sonó seco y corto a pesar de lo grande y vacío que era aquel rellano. Carlos, el que acababa de pegar el portazo, más conocido en Barcelona como el marqués de la Puerta, llevaba toda la vida escenificando un papel que cada vez se le daba mejor, y como siempre hacía cada viernes por la tarde, se fue al puerto después de salir de aquel edificio antiguo y señorial y de haber engañado al abogado de su futura ex-mujer.

Carlitos provenía de una peculiar familia que vivía cerca del puerto, porque su madre se alimentaba de la esperanza depositada en un marinero que la había dejado embarazada un par de veces, y también porque el médico le había prescrito a su hermano pequeño que respirara aire del mar, ya que sufría de un extraño asma que empeoraba con el aire seco y que le provocaba desmayos súbitos. Esta enfermedad les reportaba algo de dinero gracias a una bolsa de caridad que tenían unas monjas para ayudar a niños con enfermedades raras. Cada viernes se iban los tres a los amarres, a esperar contra toda esperanza al marinero que traería dinero y un poco de sentido a sus vidas, y allí se llevaban sus deberes y las ganas de jugar con otros niños. El aburrimiento llevaba a los dos hermanos a jugar a identificar las banderas de los barcos que entraban en el puerto, y casi siempre ganaba Carlos, que ya había estudiado las banderas en el colegio. En una ocasión, vieron que se acercaba un barco gigantesco con aspecto de elefante, como no habían visto nunca, y decidieron que el que adivinara el país de origen en primer lugar sería el vencedor de todas las veces que habían jugado hasta entonces. Con ese pacto que habían hecho, la tensión se volvió muy intensa y mucho más que hubo de ponerse. Ambos se esforzaban por ver con la mayor claridad posible la bandera que ondeaba en la popa, pero estaba roída y parecía un poco descolorida, como si hubiera sido roja en otro momento de mayor gloria. Carlos pensó entonces que podría ser la bandera de China, pero no dijo nada por miedo a equivocarse. El barco ya estaba atracado, cerca de donde estaban, y Carlos, por más que pensaba, no lograba identificar la bandera. En ese momento, el hermano pequeño se alzó con aires de triunfo y gritó ¡Túnez!, y mientras respiraba profundo como un atleta al final de una carrera ganada, las compuertas del barco se abrieron expulsando una cantidad ingente de aire seco del desierto tunecino, que penetró hasta lo más profundo del hermanito de Carlos. Como era lógico en esa circunstancia, tuvo un desmayo súbito y cayó como una piedra al mar desde el muelle.

Mientras caminaba acelerado  hacia el puerto después de mostrar al abogado un contrato falso prematrimonial, Carlos no paraba de darle vueltas a ese momento en el que su hermano despertó de una muerte casi segura en el muelle del puerto, porque ese había sido el principio de una vida repleta de engaños. Cuando el pequeño abrió los ojos, le dijo susurrando a su hermano "creo que he tragado tanta agua de mar, que ya no siento los efectos de mi asma". Y Carlos se espantó tanto al pensar que les quitarían la pequeña paga por enfermedad, que le dijo que nunca volviera a decir eso delante de nadie, es más, que simulara que iba a peor. Desde entonces todo fue una escalada de mentiras y prestigio al mismo tiempo, desde entonces empezó a descubrir el gusto por la manipulación y los beneficios a corto plazo que eso le reportaba, desde entonces comenzó una actuación vital hasta el punto de que ya nadie, ni siquiera su hermano, le llamaba Carlitos. Porque Carlitos comenzó a desparecer el día que comenzaron las mentiras o, más bien, el día que se hizo consciente sin darse cuenta de que había nacido para sobrevivir.

Al llegar al puerto con la tranquilidad de que se quedaría con el antiguo piso de la playa de sus suegros y con la mitad del piso del centro de la ciudad, vio el cartel de una película de miedo para adolescentes. Pero a él no le daban miedo los vampiros, ni los demonios, ni la magia negra, porque sabía que había algún marinero joven y guapo que iba sembrando la semilla del mal por los puertos del Mediterráneo, y que él mismo era hijo de ese diablo.

Ya se hacía tarde y tenía que volver al apartamento de soltero, pero mientras se alejaba volvió la cabeza y vio que se acercaba un barco inmenso con una bandera vieja que había sido roja años atrás, y ese día sí que era de China.


lunes, 9 de septiembre de 2013

Un cielo para Nico

Él corazón se le iba acelerando mientras aumentaba el ritmo de la carrera, la lluvia empapaba toda su ropa y estaba empezando a calar su carne, el frío le hacía tiritar y había dejado de sentir los pies. Pero lo peor era el sentimiento de incertidumbre que le recorría el estómago por la decisión tomada. Ya estaba atardeciendo en Bucarest, el clima había cambiado radicalmente y a todos había pillado desprevenidos, no sólo a Nico.

Al llegar al pequeño piso que compartía con hermanos, primos, cuñadas y niños a los que apenas identificaba, sorteó con la agilidad y rapidez que pudo todo tipo de objetos, personas y colchones que había hasta llegar donde estaba su madre, sentada como una matriarca sobre unos cojines y con la espalda apoyada en la pared, y le dijo tartamudeando, con hipo, titiritando y casi asfixiado: "me voy a España".

Así comenzaba una nueva vida para Nico y para muchos rumanos que ese día se habían visto sorprendidos por una lluvia invernal en medio de la primavera. Curiosamente, esa semana se produjo la mayor salida de rumanos hacia el extranjero, y bien se podría decir que fue un eslabón importante en la historia de salvación de la humanidad, porque esta historia no la escriben los vencedores, sino el cielo.

Después de varios años trabajando allá y acá, contento de poder mandar algo de dinero para su madre y su clan, Nico se vio sorprendido por una nueva crisis, y ahora pide limosna en la puerta de un supermercado que anuncia ofertas de leche, solomillo de cerdo y desodorante. Debajo de esos grandes carteles que se renuevan cada semana permanece nuestro amigo sentado, ofreciendo ensanchar nuestro corazón más allá de los estrechos márgenes de fraternidad que nos acomodan, porque con una sonrisa te recibe y te cuenta su pequeña historia, contento por haber sido valiente y por mantenerse todavía en pie, y agradecido por toda pequeña ayuda y gesto de cercanía. Sin darse cuenta, él y muchos como él se han convertido en una oferta de salvación y liberación para los que buscamos ofertas en los carteles de plástico de los supermercados.

La lluvia hace crecer las cosechas, desborda los ríos, remueve los lodos y hace emigrar a las personas, por eso no podemos estar indiferentes a lo que ocurre en nuestro cielo.






sábado, 27 de abril de 2013

STOP

Una tarde de viernes, después de una semana de clases agotadora, andaba agobiado por las prisas. Comí rápido para imprimir los materiales de una reunión que tenía, preparé la mochila corriendo y me la colgué, me tomé un café frío con la mochila a cuestas y salí desbocado de casa. Mientras caminaba a ritmo acelerado por la calle, vi de lejos un pequeño revuelo de gente en la puerta de la parroquia. Y cuando llegué a la puerta vi que habían colgado un cartel. Era un cartel de STOP.

No lo habían puesto las autoridades, no había policía para hacerlo cumplir, pero los que estábamos allí nos habíamos parado.



sábado, 20 de abril de 2013

¿Dónde está el Corazón?

Un martes de una mañana de invierno iba caminando por la calle hacia el hospital. Iba a informarme sobre las vacunas que me tenía que poner para ir a Zimbabue a tener una experiencia de verano. Era un día muy bueno: el sol me calentaba el rostro, olía a desayuno: café, pan tostado y churros, un puesto de flores alegraba la vista y la puerta del hospital bullía vida. Todo era luminoso, invitaba a la contemplación y a sentirse muy bien.

Pero en un rincón había algo que desentonaba: un negro pedía dinero. Era una denuncia a la contemplación evasiva y una invitación a la contemplación comprometida. Al preguntarle cómo se llamaba me respondió: "Muy Mal". Creyendo que no me había entendido le repetí la pregunta y respondió: "Que me llamo Muy Mal".

A los pies de Muy Mas había un Corazón, el Corazón de María. Y me fui a casa sin vacuna, con experiencia y cuestionado.

miércoles, 10 de abril de 2013

DE NOMBRES

Mi padre tenía una tía que se llamaba Teresa y siempre habla de ella con muchísimo cariño. Dice que su nombre le evoca muy buenos momentos, siempre divertidos y locos, como era su tía, y que cuando conoce a alguien que se llama como ella, ya le resulta simpática de antemano.

Creo que a todos nos pasa algo parecido y que poco a poco vamos llenando la mochila de nombres que se convierten en medios para experimentar un poco de la alegría profunda que nos hincha el pecho. Este fin de semana he podido experimentar que al pronunciar algunos nombre me salta una chispa de alegría en mi interior: Peter, Gabriel, Charles, Iñaki, Adrián, Martín, Ale, Thomas, Rocky, Francis, Teni, Franklin, Michel...

Porque detrás de cada nombre hay una persona, un hermano, una historia, un regalo y muchas motivaciones que ayudan a caminar con una sonrisa.

lunes, 25 de marzo de 2013

PASADO POR AGUA


Salir a la calle y
    mojarse los pies
    enfriarse las manos
    ensuciarse los bajos
    calarse hasta los tuétanos
no es mojarse.

Porque

Salir a la calle y
    pasar del mendigo que se refugia en el cajero
    y pasar del negro que vende paraguas
no es mojarse.

Ayer llegué a casa seco como una pasa.


martes, 19 de marzo de 2013

239.017

En Granada hay 239.017 habitantes, aunque es un dato un poco impreciso porque a cada rato hay alguien que muere y que nace, y porque hay personas que habitan en Granada sin estar oficialmente habitando aquí. A estos últimos se les puede considerar un poco ilegales, estudiantes y turistas principalmente, o ilegales del todo, negros y rumanos casi siempre, quedando los musulmanes en un estado extraño por eso de los monumentos. Yo también estoy en una especie de limbo jurídico por aquello de que estoy aquí censado pero soy de Sevilla.

Pues bien, dejando aparte las fronteras legalizadas y normativizadas y esas otras fronteras viscerales que sustentan menos veces de las deseadas a las primeras, lo cierto es que Granada, y cualquier ciudad, es un lugar de encuentro entre bonicos der tó (granaínos de pura cepa), habitantes de paso (como si hubiera alguno que no lo fuera), nómadas modernos que no parecen encontrarse felices en ninguna parte (dígase turistas revenidos), y así podíamos ir haciendo clasificaciones hasta el aburrimiento...

... o hasta que uno se cruza con una familia india en el Polígono Norte que te invita a su casa y te pone en tu sitio: a la mesa como un hermano.


sábado, 16 de marzo de 2013

¿Despierto o dormido?


A lo largo de la vida se pueden hacer muchas cosas: nacer, cumplir años y comer tarta, jugar al fútbol, meter la pata muchas veces, amar y odiar, o estudiar hasta la saciedad. Se podrían decir más cosas y más importantes, pero así está bien porque lo verdaderamente importante es si eso se hace despierto o dormido.

No sé si un bebé podría nacer dormido, pero sí que la vida se te puede escurrir entre las manos sin que te des ni cuenta, se puede estar comiendo un helado de vainilla con dulce de leche sin saborearlo, a uno le pueden meter un gol por quedarse mirando la estela blanca que dejan los aviones en el cielo y se puede cometer un error con una gran sonrisa de ingenuidad. Incluso se puede soportar a una persona a tu lado toda la vida o pensar que estás cansado de ella mientras cambias el canal de televisión con el mando a distancia, y por supuesto se puede estudiar como un mulo con la única pretensión de sobrevivir según los parámetros de la selva desarrollada. 

Si esto fuera a así, y así es a veces, la cosa "non va", y me resisto a creer que esto pueda ser así cada vez con más frecuencia, por eso, en un acto de valentía, voy a salir de la cama y voy a apoyar la planta del pie sobre el suelo frío.